
Existe una frustración entre los cristianos más común de lo que muchos se imaginan. Como toda frustración en un hijo de Dios, esta puede producir separación espiritual por causa de la culpa que invade el corazón de aquel que se siente que le ha fallado a Dios.
Esta frustración en particular que quiero mencionar, se trata de la frustración de aquella persona que siente que no anhela de todo corazón buscar la presencia de Dios. Frases como: ”es que no tengo ganas de orar”, “me da pereza buscar la presencia de Dios”, son comunes entre todos los cristianos. O que alce la mano el que siempre ha tenido ganas de orar y no ha preferido darle mayor descanso al cuerpo en lugar de levantarse temprano a orar. Como diría un famoso predicador en tono humorista, “vení para tomarnos una foto con vos y que nos firmes la Biblia a todos”.
Todos pasamos por momentos de sequedad o apatía espiritual. Existen momentos en que estamos muy agradecidos con Papá, que no podemos esperar el momento para buscarlo y tener una charla a solas con El. Pero existen ocasiones también en las que nuestro corazón está duro y no desea, no quiere acercarse a Dios. El mayor error que podemos cometer en esos momentos es decirnos a nosotros mismos, que como no hay ganas de hacerlo, entonces Dios no se va agradar porque lo estamos haciendo de manera forzada. Por tanto no lo hago. Y nos quedamos esperando hasta que llegue el momento en que nos vuelvan las ganas. A muchos les pueden volver en una semana, en unos cuantos días, meses, años o no volver nunca más.
Por qué tenemos esa idea de que en todas las ocasiones que vamos a buscar a solas a Dios, tiene que existir una cosa bien espiritual que me lleve a ello. Como si no tuviera que existir esfuerzo alguno de nuestra parte. Los testimonios “más espirituales” son aquellos que dicen algo así como: “el espíritu santo me levantó de madrugada sin yo tener sueño o cansancio alguno”. Ciertamente el testimonio es bonito y edificante, pero por qué tiene que ser más espiritual que otro que diga así como: “puse el despertador en la sala para que no pudiera apagarlo de inmediato, me levanté con ganas de seguir durmiendo pero me eché agua fría en la cara, me dormí en media oración pero le levanté y busqué un lugar más incomodo para no volverme a dormir y pude orarle al Señor y encomendar mi día”.
Sinceramente no sé de dónde exactamente se forma esa idea del cristiano que todo lo espiritual no requiere esfuerzo y disciplina. Quizás leemos los salmos de David como el que dice “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, Así clama por ti, oh Dios, el alma mía.” (Salmo 42:1). Y concluimos que para buscar a Dios debemos siempre estar desmayándonos de sed con gran anhelo de que El nos de agua. Suena poco espiritual, pero no es así. En muchas ocasiones nuestro yo quiere prevalecer en nuestro corazón con un sentimiento de autosuficiencia, y por tanto no prevalece el sentido de dependencia a nuestro Rey. Pero esto es meramente emocional. Y adivinen qué, nuestra vida cristiana no se debe regir por nuestras emociones, sino por los hechos de Dios establecidos en su Palabra. Así que cuando nuestras emociones nos quieren dominar con pereza, orgullo u otro sentimiento que se levanta en contra de Dios, nuestro conocimiento a través de una mente renovada en Cristo debe llevarnos a sobreponer cualquier emoción.
Cuando uno lee las cartas de uno de los mayores apóstoles en llevar la gran comisión adelante, dígase Pablo, uno se da cuenta que Pablo ponía como un gran valor la disciplina en la vida cristiana. Esta disciplina se ve reflejada en varias analogías que Pablo hace con el atletismo y la guerra. Quisiera pues terminar citando algunos pasajes evidenciando que sí debe haber un esfuerzo, que sí tiene que haber entrega, que sí hay sacrificio. Después de ello puede venir el gozo y todas las emociones, pero estas últimas no deberían controlar lo primero. Sigamos entonces el orden correcto. Disciplina, oración y gozo.
¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado.
(1 Corintios 9:24-27)
Por tanto nosotros también, teniendo en derredor nuestro una tan grande nube de testigos, dejando todo el peso del pecado que nos rodea, corramos con paciencia la carrera que nos es propuesta,
(Hebreos 12:1)
He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe.
(2 Timoteo 4:7)