Creo que no hay nada más hermoso en nuestra relación con Dios que humillarnos delante de su presciencia. Es tan delicioso poder humillarse con el único que lo merece. Como seres humanos siempre andamos en un estado de defensiva delante de otros, pero con Dios es tan distinto pues en el quebranto de nuestro corazón hay restauración y plenitud de Dios. Es inexplicable lo que a nivel espiritual produce el romper con la rebeldía que constantemente lucha por ganar el control de nuestras vidas.
En otras ocasiones he mencionado como en mi opinión muchas de las canciones modernas de alabanza y adoración a veces parecen exaltar más al hombre que al mismo Dios. No voy a elaborar este punto, sino que quiero resaltar como en contra peso las canciones cuyas letras llevan al cristiano a poner de rodillas su corazón delante de la presencia del Padre, generan al menos en lo personal, un estado de volver a recordar que hizo Jesús en la cruz.
En lo cotidiano de la vida cristiana estamos siempre propensos a perderle el "sabor" a las cosas espirituales. Es claro que es responsabilidad nuestra mantener la llama viva de la relación con Dios. Pero el peor enemigo de un hijo de Dios es el pecado manifestado en la exaltación del corazón. El creerse muy "digno" delante de Dios. No quiero sonar como que uno deba sentirse como basura en todo momento y verse como un derrotado delante de otros. Somos nuevas criaturas, nación santa, hijos de Rey llamados a llevar luz donde hay oscuridad. Pero otra cosa es que nos sintamos por encima de Dios, lo cual no hacemos quizás en su mayor parte de manera consciente, pero que en actitudes pueden dejar mostrar un corazón altivo.
En la misma alabanza y adoración hay estrategias. Busquemos siempre tener en nuestro repertorio algunas canciones que nos impulsen a humillar nuestra alma delante del único que merece total dobleguez de nuestro ser. Mi favorita de todos los tiempos es la hermosa canción de Torre Fuerte: "Altísimo Señor".