sábado, 8 de enero de 2011

Amamos menos porque se "nos perdona menos"

¿Qué tan agradecidos somos con Dios? específicamente por lo que representa su sacrificio que nos libró de pagar por nuestros pecados cuando aceptamos su regalo, y le reconocímos Señor de nuestras vidas.

La respuesta siempre va tender a ser bastante subjetiva porque mucho depende de las circustancias personales de cada persona. Aún debemos ser cautelosos por los que parecieran ser muy entregados a Dios. La misma Palabra nos guarda de estar alertas pues siempre van haber lobos disfrazados de ovejas.

Hace poco caí en la lectura del pasaje de Lucas 7: 36-50, donde Jesús comiendo en casa de un fariseo tiene un encuentro con una mujer que quiebra un frasco de alabastro y unge sus pies con el ungüento y aús sus propias lágrimas. El fariseo conociendo que la mujer era pecadora, emite juicio pensando para sí mismo que si Jesús fuera profeta, no dejaría que la mujer se le acercara. Nuestro Señor conociendo los pensamientos del fariseo le relata una parábola acerca de dos personas que tenían una deuda con un acreedor. Uno debía un monto pequeño y el otro un monto grande. El acreedor decide perdonarle la deuda a ambos. Entonces Jesús pregunta ¿quién amará más al acreedor? la respuesta es lógica y el fariseo lo entiende, él que debía más.

Dios en su Palabra nos compara como deudores; somos personas que tenemos saldos con Dios. No solamente somos deudores, sino que también estamos en bancarrota, no hay manera que podamos pagarle a Dios por nuestras deudas. En la historia que nos relata Jesús el acreedor perdonó las deudas porque las personas no podían pagarle. De otras manera no sería tan significativo contar que les perdonó lo que le debían.

De este relato lo que más me deja reflexionando es lo que Jesús dice al final:

"Sus muchos pecados son perdonados, porque amó mucho; mas a quien se le perdona poco, poco ama."

Tenemos un cierto cliché en nuestro lenguaje cristiano que dice algo así como: "para Dios todos los pecados son iguales", refiriéndonos a que aunque una persona sea en apariencia muy buena, sus pocos pecados necesitan ser perdonados de la misma forma que los pecados de un violador o asesino en serie. Esta verdad a pesar de que es aplicada la primera vez que le entregamos nuestra vida al Salvador, pues para haber conversión se necesita que halla convicción de pecado, cuesta seguir aplicándola en el resto de nuestras vidas cristianas. Inconcientemente nos comparamos con otros y determinamos que "no somos tan malos", y por tanto no necesitamos tanto de Dios, y por tanto no le amamos como debiéramos.

La solución por supuesto que no es irse al mundo y pecar muchísimo más para volver a arrepentirnos y así amarle más. Suena bien tonto mencionarlo, pero he escuchado de predicadores que conocen personas que han hecho eso. No tengo una respuesta muy clara, pero pienso que una forma de vencer esto es tener en cuenta todo el tiempo que somos cochinos, sucios, pecadores, no para sentirnos tristes y acusados, sino más bien para buscar gozo en ello al saber que Jesús clavó toda nuestra maldad en la cruz.

Sin duda tenemos que amarle más a pesar de que nuestra lista de pecados no sea tan grande como la de nuestro vecino.

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